"YO SOY EL PAISAJE QUE TÚ ESTAS VIENDO"

Tomás Paredes.

Ésta debería de ser, en definitiva, la respuesta de cada artista, ante esa pregunta inveterada, de la mayoria de los espectadores, sobre qué significa y qué referencia su obra: "yo soy el paisaje que tu estas viendo". A veces la obra no tiene nada que ver con el hombre, pero tarnpoco tiene nada que ver con el arte, quedándose en testimonio del azar, en ocurrencia, más o menos brillante; mas otras veces, la presencia que late en los soportes está denunciando vivencias existenciales o delirios estéticos, segmentos de un autorretrato íntimo, con independencia de suplantaciones, arrogancias o parecidos.

Sucede que, en ocasiones, antes de ir, antes de estar ya conocíamos los lugares que queríamos visitar, los cuerpos que hemos soñado o los sueños a los que no nos atrevíamos, porque nuestro complejo de culpa insiste en tenernos sometidos, haciendonos creer que hay cosas que no nos merecemos, que no existen o carecen de dimensión, porque no hemos logrado conocerlas.

 

 

Siendo estricto, yendo al grano, a la hora de informar o introducir esta peculiar exposicion de Alberto Reguera, debería, no más, decir que se trata del testimonio, del reflejo, de un viaje del pintor al septentrión, a "Noruega, pais de Ia primavera", como llama a ese milagro de la orografía el poeta Gunnar Reis-Andersen (1896- 1964). Un viaje, al estilo de los que llevaron a cabo los pintores romanticos, al de C. D. Friedrich al Baltico o al del mismo Monet, a Noruega, casi cien años antes del realizado por el pintor español, que motiva este prefacio.

Pero, con ser verdad, cuanto antecede, conviene escoliar algunas situaciones y avatares, glosar la génesis y los resultados de esta nueva serie, que se muestra ahora, por primera v última vez a fin de documentar y ensayar esta etapa de la pintura regueriana. Maguer que la creación no necesite justificaciones, muchos, conocedores de su obra o no, se preguntarán, pero, ¿qué hace un pintor español en Noruega y por que se presenta, en Lisboa, los frutos de su trabajo?.

A dar cuenta de todo ello, a intentar aproximarles a esta pintura y sus circunstancias, a su entidad, a la obra de Reguera, que alcanza en esta suite cotas de exquisito lirsmo, están dedicadas las líneas, que siguen.

Empezaré por señalar que una de las constantes vitales de Reguera son los viajes, de los que, casi siempre ha surgido una serie pictorica, hecho que constatan entre otros, Roger Pierre Turine, en la introducción del catálogo de su muestra con Olivier Nouvellet; París, febrero de 2000, titulando su texto "Reguera voyageur intersideral", o Patrick-Gilles Persin, que teorizó sobre "L'Escapade malotline", viaje a Saint-lvlalo, Bretaña, cuyas impresiones pictóricas fueron expuestas en la misma galería parisién, dos años antes.

La historia arranca de 1995, para lo que nos concierne acerca de este viaje al norte, no en cuanto a un estilo de concebir el paisaje, que está en el pintor desde su inicios mediados los ochenta.
Todo surgió, a través de un catalogo de Reguera, que un amigo común envió a la galerista, de Oslo, Violette Heger. Desde el momento en que la señora Heger vio su pintura, se puso en contacto telefónico com él, diciéndole que lo que hacía tenía mucho que ver con Noruega, e insistiendo en que quería conoccrle y visitar su estudio.

 

 

Durante la celebracion de "Arco'96", Violette Heger fue a Madrid y así conoció el estudio madrileño del pintor, acrecentando su interés por su obra, tras este contacto personal, y eligiendo dos piezas, para formar parte de una colectiva, en su galeria de Oslo, sugiriendole a Reguera la conveniencia de un viaje a Noruega, para realizar un trabajo del natural, que ella expondría en Oslo, en una individual.

Si bien, el pintor segoviano nunca habia vlsitado Noruega, si conocia el libro del viaje, al país de los fiordos del pintor de Gyverny, "Monet y Noruega", y las fotos de Axel Lindahl, sobre paisajes noruegos, propiedad de Monet, realizando dos cuadros con esta temática, hecho mencionado, en otros escritos, por Guillermo Solana y F. Huici, que más adelante citaré.

El viaje, ansiando por el pintor y tal como lo habia planeado la Sra. Heger tuvo lugar el verano de 1998, en un asombro creciente, no tanto por la sorprendente belleza del paisaje, sino por la intensa y alucinada impresion de que "yo había pintado todo aquello que estaba viendo, antes de conocerlo; había soñado unos paisajes, que no eran abstactos, sino de un país, exlstía, que estaba ante mls ojos".

Desde París a Oslo, de la capital a Bergen, y desde allí, enamorado, hechizado por la naturaleza, entre lo irreal y lo pintoresco, a Atlanterhavsveien, a la región de Hustadvika, a Rorvik, haciendo fotos como un loco, tomando apuntes, dibujando, impresionado por un paisaje impresionante, de contrastes, donde se mezcla la realidad y lo imaginario donde la tierra sueña y se aparea con las nubes, donde el mar se hace mágico, salpicado de islotes, todo envuelto en llamas azules, de agua limpia y lapislázuli, todo asistido por el prodigio de una luz exuberante.

De Rorvik a cruzar la divisoria del círculo polar ártico, a la región de Bodo, al glaciar de Swartissen, y un periplo por las islas Lofoten, donde hizo escala cl viaje en globo, de Jorge Teillier: "Vamonos pronto/ No importa que al fondo de lo desconocido/ No haya nada nuevo!" Lo que es bastante probable, porque, por lo común, lo que buscamos está en nosotros, no muy lejos de nuestra sombra, en el palsaje que ofrecemos!.

Y el espejo jugando con la vista y con la luz, inventando misterios, peces de tierra que saltan, islotes que se pierden en la niebla, luz al acecho de una inocencia infinita, la grandeza de las distancias, ante la que todos nos hacemos más pequeños. Y en la Lofoten, Austvágoy y su capital Svolvaer; ReineLofoten en Vestváhoy, y un rosario de montañas flotantes, vistas y paseos desde la Kunsterhuset, y "yo sobrecogido, porque lo que tenía ante mí era, como cuadros míos, que se movían; por primera vez me sentía en mi propia casa, viviendo un paisaje, un mundo que yo ya había vivido".

 

 

Reguera se encuentra estupefacto, ante aquel panorama fantástico, real, extraño y propio a un tiempo; él iba a inspirarse, pero ahora, se halla ante imágenes de sus lienzos, ante paisajes que creía haber inventado, pero que estaban allí, configurando un país, su país, en el que había vivido y que creía desconocer.
Fueron días de encantamiento, de vivencias absolutas, sin capacidad de proyectar o recordar, sólo de poseer el presente, saboreando cada crepúsculo, cada instante, comoun sueño alucinante, que te lleva a descubrir lo que ya conocías, a distinguir lo que tú habías matizado.
Al término del viaje, Reguera regresa a París, con la promesa de hacer algo, para una futura exposición, pero sin concretar nada, aún hechizado, reinando sobre él lo que había podido presenciar. Pasan los días, y en su taller de la Bastille, se pone a trabajar, pero en el mismo estilo que desarrollaba, con anterioridad, hasta que un día, al cabo de seis meses, casi terminado el año, retoma el tema noruego, y como urgido por una vieja y extraña necesidad, se pone a trabajar, con otra dinámica, iniciando una nueva serie: el viaje al septentrión.
"Mi nuevo trabajo me obligó a cambiar de técnica, a profundizar en lo ya hecho, a construir con lo que había detrás de los barridos anteriores y los pigmentos, y a suprimir una fórmula que podría haberse convertido en mecánica. Me exigió coger el pincel, extremar las veladuras, dibujar, aquilatar las texturas de terciopelo, viéndome obligado a otros modos e inmerso en otra suerte de proceso".
Cuando la serie estaba a mitad de camino, Violette Heger la vio y le animó a continuar y a terminarla, para exhibirla en la Galleri Heger de Oslo. El artista trabajó en sus talleres de París y Madrid, y cuando, a su juicio, la serie estuvo lista, se puso en contacto con la galerista, pero ésta le pidió retrasar la exposición, hasta resolver unos problemas que le habían surgido. Más adelante la comunicó que iba a tener que cambiar de ciudad y que existía la posibilidad de abrir un nuevo espacio, donde expondría "los paisajes noruegos", pero que tendría que esperar.

Así las cosas, Guillermo Solana decide incluirle en la exposición "Figuraciones de Madrid. De un lugar sin límites", y cuando va a su estudio a elegir las obras, el pintor le enseña la serie noruega y el crítico, sin dudarlo, selecciona tres de las piezas más representativas, que se expondrán en el Centro de Arte Joven de la Comunidacl de Madrid, en mayo de este mismo año, reproduciendo esas piezas en el catálogo, en el que, el comisario Guillermo Solana, escribe: "En el extremo opuesto del Trópico se encuentran los paisajes noruegos de Alberto Reguera (Segovia, 1961), renovando la leyenda de Thule, el límite norte del mundo tal como lo imaginaban los antiguos. En septiembre de 1998, Alberto hizo un viaje por los fiordos Noruegos. Superando el círculo polar, se internó en la basta provincia de Nordland, recorrió las islas Loloten, donde Edgar Poe situaba su descenso al Maelstrom, y siguió avanzando en direccion Norte. ¿Qué iba a buscar allí en su excursión solitaria?. Algo que había pretendido en su propria pintura. No fue el azar, sino la logica de su obra lo que le condujo hasta aquellos paisajes. Dos años antes, en su exposición del otoño de 1996 en la Galería Antonio Machón, un par de cuadros (Sobre una imagen de la región de Ringerike, Sobre una imagen de la región de Sogn) aludían al viaje de Monet a Noruega en 1895, y se inspirahan en las fantásticas fatografías de parajes noruegos tomadas por Axel Lindahl, que el proprio Monet adquirió".

Enviado el catálogo de "Figuraciones" por Reguera a su galerista portugués, Antonio Prates, en cuanto éste vio las obras reproducidas, le telefoneó para interesarse por la magnitud de la serie y por la posibilidad de exponerlas, en Lisboa. Tras las gestiones de rigor, Prates vio las obras y decidió su exposición, para el próximo otoño, en su hermoso espacio de Travessa do Pasteleiro, en la Madragoa lisboeta.

Hasta aquí, los avatares anecdóticos y las peripecias, de la génesis de ésta serie, su desarrollo y el por qué de su exposición, en una prestigiosa galeria portuguesa. Pero, puestos a prefaciar, a acercar a los amateurs a esta obra, se imponen alqunas informaciones adicionales, así como matizaciones y sugerencias, a fin de hacer más próxima esta síntesis paisajísta y particular propuesta del arte de nuestros días.

 

Decía, poco ha, que no era sorprendente el hecho del viaje, en Reguera, porque su obra está configurada por series, muchas de ellas deudoras de viajes a Holanda, a Brujas y Gante, a Saint-Malo, al "Imaginario continente", a su Castilla natal, a la música, al agua... pero, en éste de Noruega habia una sorpresa inesperada la del reencuentro con lo que habia recreado sin conocerlo con anterioridad.

M. R. Barnatán, poeta e inventor de cajas melancólicas, donde se cobijan imágenes de relámpagos, antes de serlo, y cenizas del delirio, con perfumes armonizados por Piazolla, en tiempo de milonga; heteróinimo de David Jerusalem, o viceversa; de igual nombre que el crftico de arte, nacido en Buenos Aires, pero ya gurriato sanlorentino ha repetido, en distintos foros y medios, la actitud serial de Reguera, definiéndolo como el "pintor de las variaciones románticas", siempre abrienfio ventanas, como aquella de Apollinaire, que nos dejaba contemplar "el herrnoso fruto de la luz".

Cuando pregunto al pintor, por la impronta determinante, que le produjo su estancia noruega, me responde: "La luz, el tipo de luz, una luz diferente, que no había visto en ningún lado, pero que había imaginado. La limpieza de la atmósfera, la transparenria: es otro mundo. La modulación de la luz y el cambio brusco del paisaje Ese juego de nubes y aguas, ese diálogo de la realidad con lo irreal..."

Conviene recordar que, Reguera viene del expresionismo, y como escribía Juan Manuel Bonet, en el catálogo de la antológica de Reguera, en el Torreón de Lozoya, Segovia 12 de marzo de 1993, " de una pintura, en definitiva, que representa la síntesis de la memoria, de la experiencia vital de este pintor Iírico, síntesis realizada en terminos expresionistas o si se prefiere impresionistas abstractos pero en un plano de extrema interiorización y decantación -algo que los poetas entendemos muy bien, porque en ello, en decantar, en podar, en quedarse con lo esencial y en dejarlo rodeado de silencio, reside el secreto de la palabra poética".

Y de buena parte de esta pintura, que presenta el silencio cabe cl clamor lumínico, los crepúsculos más osados junto a la inocencia del agua o la virginidad cie la luz, el secreto de las formas que nunca fueron tan de seda.. Torsos de musgo, que emergen de lechosos territorios, rastros de noche compitiendo con toda suerte de cromías nórdicas, amarillos de nápoles entre cristales fríos y blancos del sur verdes permanentes, grises, cobrizos reflejos, como canciones lelanas; el galope de bermellones y rojos como una sangre de ritmo adolescente, ráfagas suntuosas de una belleza inesperada, para ser cantada por Aloysius Acker o Martin Adán, uno de los mas hermosos crepúsculos del mundo.

Hay en este viaje, un matiz de distanciamiento, en relación a otros semejantes, porque aquí se viene a descubrtr lo que ya se había originado y es que, quizá el hombre, el antista se pasa la vida corriendo tras el origen de las cosas, ajeno a su condición inexcusable de originario.

En su poenario Pastoraler. 1.960, en versión española de Francisco J. Uriz, la poetisa noruega Astrid Hjertenaes Andersen (1915-1985), incluye un poema titulado "Paisaje", que dice: "El césped de mi mañana iluminado por el rocío/ está lleno de un nuevo juego renovado / una envoltura de aire de un sol azul violeta/ vibra en torno a los árboles desnudos/ alrededor de un lago transformado por la luz/ crecen cisnes en la fría hlerba:/Yo soy el paisaje que tú estás viendo".

Ésta debería ser la respuesta, de cada artista, cuyo trabajo le identifique, personificando su particularidad, porque, en deftnrtrva, si no estamos en lo que hacemos, lo que hacemos no estará nunca en parte alquna, más allá del influjo de su cotidianeidad. Ahí radica, una de las claves de la obra de Reguera, su condiciónn de máscara de la contemporaneidad, la más seductora y sibilina, la más melodiosa, para esconder su dependencia de la tradición artística, sus raíces, que no están en el aire, sino hundidas en lo más profundo del misterio de la condición humana.

Es probaole que, todos los viajes de Reguera, todas sus series, todas sus obras, no sean más que una excusa, para pintarse, para dejar constancia de su qué, mostrándose :omo un paisaje, el que vemos en sus lienzos, en el que se equilibran todos sus yo, en el que la imaginación y el conocimiento se ponen trampas y retos, en los que nos vemos implicados al contemplarlos, oyendo la música lenta del agua, majestuosa, antes de partir.

En el texto, que ilustraba la, ya mencionada, exposición de Reguera, en la Galería de Antonio Machón donde se expusieron aquellas dos piezas del homenaje monetiano, a lo que el crítico alude, escribía Fernando Huici: "...la obra de Reguera sigue centrando sus armas, incluso para la evocadora densidad de las series últimas, en la estricta especifidad de los elementos materiales del lenguaje pictórico, manteniendo, por así decir, a raya a ese otro paisaje mnemonico del que germina o hacia el que fuga, tan sólo como una larvada sospecha, no por obsesiva menos abismal, por más que pugne por hacer aflorar su reflejo hacia la piel del color".

 

Estamos ante las páginas de un diario de viaje, escrito con transcendencia, con claridad y pureza juanrramonianas ante un doble reto, el de ser fiel e imaginativo, a un tiempo, y el de intentar no copiarse a sí mismo, que ha sido el cuidado y el temor permanentes durante la ejecución de todo la serie, que ha durado hasta hace pocos meses.

Estamos ante unos resultados espléndidos, ante notas de color con transmundo, ante una propuesta de renovación del paisaje: "Hay en esta serie una pretensión de testimonio y la idea de un arcercamiento radical al paisaje, sin perder de vista. ni mis características, ni los elementos diferenciadores de una realidad, pero, imbricando a ambos, ensamblandolos. Antes, inventaba un paisaje, ahora, en esta obra, lo recreo".

El resultado de todas esas peripecias, idas y venidas, es lo que se muestra, aquí, en Lisboa, cuando Oslo cumple mil años, siendo la capital de una país joven, que no ha cumplido aún su centenario, puesto que Noruega no se independiza de su vasalaje danés, hasta 1905.

Con toda probabilldad, este excurso feráz y fecundo, en la obra de Reguera, constituirá una referencia, para su propio trabajo y para quienes lo sigan, pero, sobretodo, serán páginas que los noruegos descubrirán, cuando pase el tlempo, con un sabor peculiar en las que encontrarán ecos y perfiles de sus vivencias y sus voces, una galerla de espejos donde reconocerse.

Pero no solo gana Noruega, con estas pinturas, de sutilisimas veladuras y tramas, ganamos todos, y cl pintor que, partiendo de la reolidad, ha vuelto a sonar, en su universo, que enriquece a quien lo contempla, porque nos introduce en un ambiente de sobrias anunciaciones.

El poeta noruego Rolf Jacobsen (Oslo 1907-1994), en su poema "EI Norte", versión española de K. Baggethun, canta: "Mejor al norte / El cielo invernal en llamas,/ el mi!agro solar de la noche de verano./ Anda contra el viento./ Trepa montañas./ Mira al norte./ Más a menudo./ Largo es este país./ Casi todo al norte".

Ante esta sinfonía norteña de ritmos y colores, de resplandores y latidos, estamos viendo un país un sueño una realidad, la imaginación, el ser más íntimo y entero de un pintor, entregado a decirse sin límites, traduciéndoso con imágenes, creando un icono que lo muestra, que se universaliza para decir con lenguaje de hoy un paisaje mágico, distante, hermoso, limpio, poético, como éstos lienzos, jaulas sin barrotes, para la emoción cantos del silencio, en ríos de luz, que desembocan en mares de vientos regeneradores, donde crece una serenidad con sospechas de esperanza.

Tomás Paredes

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