Alberto Reguera - Nuevos espacios de actuación..

By José Marín Medina.

Sala Rivadavia. Cádiz. http://www.cadizcultura.es


La singularidad profunda de la obra actual de Alberto Reguera se
fundamenta en la combinación de dos estrategias innovadoras. De una
parte, aborda el concepto y la práctica pictórica de una forma más compleja
que las habituales, sobrepasando la acepción restrictiva del término
“pintura”. Y, de otro lado, somete el espacio plástico a un tratamiento
imprevisto, logrando convertir el cuadro, unas veces, en “objeto” o
“paralelepípedo” pintado; otras veces, en “pintura que se extiende” y se
plasma libremente, más allá de los límites físicos del lienzo; y, en otras
ocasiones, en “pieza de instalación”, alterando su valor de estructura
artística autónoma para que funcione como “objeto de transición”, que
permite al espectador la experiencia participativa de circular por el espacio
fluyente que discurre entre los diversos elementos del montaje,
integrándose el propio espectador en la configuración cambiante del
conjunto de la instalación.
En lo que respecta a la práctica pictórica, Alberto Reguera otorga al color
(el azul, el rojo, los verdes, el dorado, el blanco, los grises) una presencia
muy acusada, extraordinariamente fuerte. Para ello, aplica con esmero
múltiples capas de materia, recalcando con las texturas la cualidad física de
una pintura que él concibe como un corpus pictórico denso, que marca la
retícula del lienzo o el grano de la lona del cuadro con la profundidad física
de la mancha, facultando que se establezcan diálogos -cargados de
emociones- entre soporte y materia cromática, entre tonalidad y
composición. A su vez, la luz, o color-luz, juega con las formas de la
materia y con las atmósferas del espacio pictórico, configurando los
cuadros como una geografía vibrante, como un paisaje de formas
presentidas, muy abstraídas, y de sentimiento romántico, evocador, que
parece devolvernos una mirada y una actitud contemplativas que
hubiésemos perdido. El suyo es un estilo introspectivo enormemente
personal, parejo -de alguna manera- al del pintor japonés actual Naoko
Majima, cuyas palabras podrían reproducirse en el pórtico de esta
exposición de A. Reguera en la Sala Rivadavia de la Diputación de Cádiz:
“Desconfío mucho del imaginario y de los temas que me rodean en el
mundo de hoy. Por eso trato de encontrar el camino dentro de mi interior y
dentro de mi misma actividad creativa, franqueando mi propio universo
para descubrir ahí la admiración y el sobrecogimiento que transmite la vida
y la memoria ancestral del ser humano”. Este registro místico que comparte
nuestro artista, nos reconforta con su singularidad y con su penetración en
una actualidad como la nuestra, cuando la globalización nivela las culturas
y sus lenguajes, y cuando las nuevas tecnologías eclipsan tantas veces
nuestra capacidad de sentirnos y expresarnos humanos.
En cuanto atañe a la formidable ampliación y proyección que Alberto
Reguera hace de la pintura como realidad espacial (facultándola a transitar
entre el plano del cuadro, la tridimensionalidad del objeto y esa condición
tan particular que constituye el espacio fluyente de la instalación), importa
subrayar que estamos asistiendo aquí al desarrollo y a las aportaciones de
un proceso individual analítico y abierto, a cuyo través A. Reguera conduce
la pintura a nuevos espacios de actuación, en los el tiempo y la noción de
transformación tienen tanta relevancia. En efecto, el tiempo es activado por
el movimiento de la propia pintura que se desplaza del cuadro a la pared
circundante, o que se derrama desde el cuadro hasta el suelo. Asimismo, la
incorporación del espectador al espacio de la instalación pictórica subraya
los valores que a estas piezas añade el elemento temporal, que son valores
tan especiales como la poética de lo efímero y el simbolismo de lo
transitorio.
Estamos, pues, ante una pintura diferente, que, sin renunciar a expresarse a
través de los cuadros, opera más allá de los mismos. Es, además, un arte
que no se detiene en aspectos formales, sino que se orienta a provocar
situaciones puramente pictóricas, que poetizan los fundamentos de la
pintura propiamente dicha, y que producen una resignificación de sus
elementos visuales y simbólicos. A su través, el género del paisaje se
transfigura en abstracciones de sitios terrenales y líquidos
extraordinariamente fluyentes, así como en variantes de celajes que
transcienden los referentes objetivos de la Naturaleza. Pero no su espíritu,
ni sus imágenes más sensibles, marcadas por la magia, el perfume y la
Belleza de la transitoriedad. Hemos citado, al fin, con mayúsculas, la
Naturaleza y la Belleza, que en la obra de Alberto Reguera, vienen a
fundirse en valor estético central, y que funcionan como algo que no está
fijado de antemano -como si se tratase de un “referente natural bello”-, sino
que “aparece” en cada cuadro, aquí y ahora, y en relación con los valores
“inferiores” -los de la tecnicidad pictórica- que se concitan en el crisol de
cada pintura, donde todos ellos acaban confundiéndose.


José Marín Medina. 2008