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Alberto Reguera, Nuevos Espacios de Actuación.

La singularidad profunda de la obra actual de Alberto Reguera se fundamenta en la combinación de dos estrategias innovadoras. De una parte, aborda el concepto y la práctica pictórica de una forma más compleja que las habituales, sobrepasando la acepción restrictiva del término “pintura”.

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  • Autor:
  • Marín Medina

Y, de otro lado, somete el espacio plástico a un tratamiento imprevisto, logrando convertir el cuadro, unas veces, en “objeto” o “paralelepípedo” pintado; otras veces, en “pintura que se extiende” y se plasma libremente, más allá de los límites físicos del lienzo; y, en otras ocasiones, en “pieza de instalación”, alterando su valor de estructura artística autónoma para que funcione como “objeto de transición”, que permite al espectador la experiencia participativa de circular por el espacio fluyente que discurre entre los diversos elementos del montaje, integrándose el propio espectador en la configuración cambiante del conjunto de la instalación.

En lo que respecta a la práctica pictórica, Alberto Reguera otorga al color (el azul, el rojo, los verdes, el dorado, el blanco, los grises) una presencia muy acusada, extraordinariamente fuerte. Para ello, aplica con esmero múltiples capas de materia, recalcando con las texturas la cualidad física de una pintura que él concibe como un corpus pictórico denso, que marca la retícula del lienzo o el grano de la lona del cuadro con la profundidad física de la mancha, facultando que se establezcan diálogos -cargados de emociones- entre soporte y materia cromática, entre tonalidad y composición. A su vez, la luz, o color-luz, juega con las formas de la materia y con las atmósferas del espacio pictórico, configurando los cuadros como una geografía vibrante, como un paisaje de formas presentidas, muy abstraídas, y de sentimiento romántico, evocador, que parece devolvernos una mirada y una actitud contemplativas que hubiésemos perdido.

“Estamos, pues, ante una pintura diferente, que, sin renunciar a expresarse a través de los cuadros, opera más allá de los mismos.”

— José Marín-Medina

El suyo es un estilo introspectivo enormemente personal, parejo -de alguna manera- al del pintor japonés actual Naoko Majima, cuyas palabras podrían reproducirse en el pórtico de esta exposición de A. Reguera en la Sala Rivadavia de la Diputación de Cádiz: “Desconfío mucho del imaginario y de los temas que me rodean en el mundo de hoy. Por eso trato de encontrar el camino dentro de mi interior y dentro de mi misma actividad creativa, franqueando mi propio universo para descubrir ahí la admiración y el sobrecogimiento que transmite la vida y la memoria ancestral del ser humano”. Este registro místico que comparte nuestro artista, nos reconforta con su singularidad y con su penetración en una actualidad como la nuestra, cuando la globalización nivela las culturas y sus lenguajes, y cuando las nuevas tecnologías eclipsan tantas veces nuestra capacidad de sentirnos y expresarnos humanos.

En cuanto atañe a la formidable ampliación y proyección que Alberto Reguera hace de la pintura como realidad espacial (facultándola a transitar entre el plano del cuadro, la tridimensionalidad del objeto y esa condición tan particular que constituye el espacio fluyente de la instalación), importa subrayar que estamos asistiendo aquí al desarrollo y a las aportaciones de un proceso individual analítico y abierto, a cuyo través A. Reguera conduce la pintura a nuevos espacios de actuación, en los el tiempo y la noción de transformación tienen tanta relevancia. En efecto, el tiempo es activado por el movimiento de la propia pintura que se desplaza del cuadro a la pared circundante, o que se derrama desde el cuadro hasta el suelo. Asimismo, la incorporación del espectador al espacio de la instalación pictórica subraya los valores que a estas piezas añade el elemento temporal, que son valores tan especiales como la poética de lo efímero y el simbolismo de lo transitorio. Estamos, pues, ante una pintura diferente, que, sin renunciar a expresarse a través de los cuadros, opera más allá de los mismos. Es, además, un arte que no se detiene en aspectos formales, sino que se orienta a provocar situaciones puramente pictóricas, que poetizan los fundamentos de la pintura propiamente dicha, y que producen una resignificación de sus elementos visuales y simbólicos. A su través, el género del paisaje se transfigura en abstracciones de sitios terrenales y líquidos extraordinariamente fluyentes, así como en variantes de celajes que transcienden los referentes objetivos de la Naturaleza. Pero no su espíritu, ni sus imágenes más sensibles, marcadas por la magia, el perfume y la Belleza de la transitoriedad. Hemos citado, al fin, con mayúsculas, la Naturaleza y la Belleza, que en la obra de Alberto Reguera, vienen a fundirse en valor estético central, y que funcionan como algo que no está fijado de antemano -como si se tratase de un “referente natural bello”-, sino que “aparece” en cada cuadro, aquí y ahora, y en relación con los valores “inferiores” -los de la tecnicidad pictórica- que se concitan en el crisol de cada pintura, donde todos ellos acaban confundiéndose.